A couple of weeks ago, I visited Marwan: A Soul in Exile at Christie’s London — a must-see if you’re in the city this summer. The exhibition, running until August 22, celebrates Marwan Kassab-Bachi (1934–2016), one of the most significant Arab artists, internationally recognised in modern and contemporary art.
I first discovered the show through a striking poster in the London Underground. The reproduction of one of Marwan’s works caught my eye, and I visited a week later. The art exhibition is part of the third Arab art showcase at Christie’s and focuses on the Syrian-born painter, who moved to Germany in the late 1950s. Influenced by German Expressionism and the Neue Wilde while remaining deeply connected to his Syrian heritage, Marwan explored identity, exile, and the human condition through a unique fusion of styles.
Marwan is renowned for reimagining portraiture as a space for psychological exploration. His “facial landscapes” — layered in four or five hues to suggest skin and emotion — transform the head into undulating topographies, metaphysical gateways to the soul. Rooted in both the Syrian national movement and Sufi poetic tradition, his work engages with themes of land, identity, and spirituality.
Spread across two floors, the exhibition begins on the ground level with early works (1957–1963): dark, dreamlike terrains of distorted figures reflecting Marwan’s isolation as a new arrival in post-war Berlin. Initially drawn to Abstract Expressionism and French Tachisme, he gradually shifted toward figuration, often using his own body as subject. These works convey exile’s vulnerability and earned him a place at Galerie Springer in 1967.



From 1963–1973, Marwan focused on drawings and watercolours: quiet, contemplative studies of fragmented human forms, sometimes bordering on the absurd. The repetition in these pieces evokes Sufi ritual, where rhythm leads to inner transformation. In the wake of the 1967 Six-Day War, he painted figures veiled in keffiyehs, distilling conflict, exile, and collective sorrow into powerful symbols.











The early 1970s marked a turning point. A scholarship to the Cité Internationale des Arts in Paris in 1973 introduced warmer, richer tones — including baroque crimson — and led to his most iconic series, the Facial Landscapes. Here, nostalgia and geography merged, transforming faces into inner terrains. I especially like how these works echo the contours of his native Damascene landscape, particularly Mount Qasioun — not directly depicted, but suggested in the swell of a brow, the slope of a cheek, or the furrow of a forehead.

His 1976 retrospective at Orangerie Charlottenburg solidified his place in Berlin’s art scene. However, I found the works on the lower level more poignant. They felt more closely tied to Syria, rich with political references, and they resonated with me more deeply despite not being as well known.

Upstairs, later works from the late 1970s onward reveal a turn to still life and the recurring motif of the marionette — a metaphor for theatricality, control, and solitude. In the 1980s, following his sister’s death, his elongated vertical faces confronted viewers with solemn directness, painted in dense layers without preparatory sketches. This floor also highlights Marwan’s influence as a mentor to a generation of Arab artists from Beirut, Gaza, Damascus, and Baghdad.




Seeing these works together, drawn from multiple collections, is rare. His 1960s paintings gripped me with their rawness, his works on paper revealed his draughtsmanship, and his later layered portraits showed how he refined his voice to influence an entire generation.
Explorando la cabeza como paisaje del alma en pintura
Marwan: A Soul in Exile
16 de julio – 22 de agosto de 2025
Sede de Christie’s, Londres, UK
Hace un par de semanas visité Marwan: A Soul in Exile en Christie’s Londres — una cita imprescindible si estás en la ciudad este verano. La exposición, que estará abierta hasta el 22 de agosto, celebra a Marwan Kassab-Bachi (1934–2016), uno de los artistas árabes más influyentes y de mayor reconocimiento internacional en el arte moderno y contemporáneo.
Descubrí la muestra gracias a un impactante cartel en el metro de Londres. La reproducción de una de sus obras me llamó la atención y decidí visitarla una semana después. Forma parte de la tercera muestra de arte árabe en Christie’s y se centra en el pintor sirio, que se trasladó a Alemania a finales de los años 50. Influenciado por el Expresionismo Alemán y los artistas Neue Wilde, y a la vez profundamente ligado a su herencia siria, Marwan exploró la identidad, el exilio y la condición humana a través de una fusión única de estilos.
Marwan es conocido por reinventar el retrato como un espacio de exploración psicológica. Sus “paisajes faciales” — construidos con cuatro o cinco tonos para sugerir piel y emoción — transforman la cabeza en topografías ondulantes, auténticas puertas metafísicas hacia el alma. Enraizado tanto en el movimiento nacional sirio como en la tradición poética sufí, su obra aborda temas de territorio, identidad y espiritualidad.
Distribuida en dos plantas, la exposición comienza en la planta baja con sus primeras obras (1957–1963): paisajes oníricos y sombríos poblados de figuras distorsionadas, reflejo de su aislamiento como recién llegado al Berlín de posguerra. Inicialmente atraído por el Expresionismo Abstracto y el Tachisme francés, poco a poco se orientó hacia la figuración, usando a menudo su propio cuerpo como modelo. Estas obras transmiten la vulnerabilidad del exilio y le valieron un lugar en la Galerie Springer en 1967.



Entre 1963 y 1973, Marwan se centró en dibujos y acuarelas: estudios contemplativos de figuras humanas fragmentadas, a veces rozando lo absurdo. La repetición en estas piezas evoca el ritual sufí, donde el ritmo conduce a la transformación interior. Tras la Guerra de los Seis Días en 1967, pintó figuras veladas con kufiyas, pañuelos y telas, condensando el peso del conflicto, el exilio y el dolor colectivo en poderosos símbolos.











Los primeros años 70 marcaron un punto de inflexión. Una beca en la Cité Internationale des Arts de París en 1973 introdujo en su paleta tonos más cálidos y ricos — entre ellos un carmesí barroco — y dio lugar a su serie más icónica, los Facial Landscapes. En ellos, nostalgia y geografía se fusionan, transformando rostros en paisajes interiores. Me gusta especialmente cómo estas obras insinúan los contornos de su paisaje natal damasceno, en particular el monte Qasioun — no representado directamente, sino sugerido en la curva de una ceja, la pendiente de una mejilla o las líneas de una frente.

Su retrospectiva de 1976 en la Orangerie Charlottenburg consolidó su posición en la escena artística berlinesa. Sin embargo, las obras de la planta baja me parecieron más conmovedoras: más vinculadas a Siria, cargadas de referencias políticas, y me impactaron más profundamente a pesar de no ser tan conocidas.

En la planta superior, las obras de finales de los 70 en adelante muestran un giro hacia el bodegón y el motivo recurrente de la marioneta — metáfora de la teatralidad, el control y la soledad. En los 80, tras la muerte de su hermana, los rostros se alargaron verticalmente y miran de frente al espectador con solemne franqueza, pintados en densas capas y sin bocetos previos. Esta planta también destaca la influencia de Marwan como mentor de una generación de artistas árabes procedentes de Beirut, Gaza, Damasco y Bagdad.




Es raro poder contemplar juntas obras de este calibre, reunidas de tantas colecciones distintas. Sus pinturas de los años 60 me atraparon por su crudeza, sus trabajos sobre papel demostraron su gran dominio del dibujo, y sus retratos posteriores, rigurosos y construidos con pocas tonalidades, revelan cómo encontró su voz y la desarrolló hasta influir en toda una generación de artistas.
